miércoles, 16 de noviembre de 2016

CARTA A LEONARD COHEN

Querido Leonard Cohen:

Que  difícil hablar al silencio desde la algarabía circense de la vida. 

Pensando que te has ido discreto, solitario y sin equipaje, miro mis manos vacías y no puedo evitar recordar tantos momentos vividos juntos, tantos kilómetros recorridos, tantas idas i venidas en esta ruta llena de obstáculos pero también de remansos y de orillas abordadas.

Coleccionaste una a una mis lágrimas de adolescente conmovido y perplejo ante la belleza del lenguaje que a veces nos hace libres y otras nos apresa para siempre. Yo me ahogue en tu música y su influjo me embrujó. Bajo su luz suave y grave surgieron –como sabes- muchos de mis poemas.

La primera noche cenamos los tres juntos Mari, tú y yo. El mantel y las copas rojas presagiaron una amistad eterna. En la humildad de aquel hogar no hubo espacio para las palabras, tan solo para miradas profundas que lo sugirieron todo.

Después un avión nos llevó hasta el Chelsea Hotel. Abrimos un gran paraguas en el hall. Sombras  ambulantes en los pasillos nos indicaron la puerta de tu habitación.
En el concierto privado te cantamos “cumpleaños feliz” y nos reverenciaste quitándote el sombrero lentamente como solías hacer.

También navegamos a Hydra bajo el sol cálido del invierno griego. Mari fue la primera en distinguir tu silueta de ave triste, esperándonos a lo lejos, mientras atracábamos en el pequeño puerto. Desembarcamos un amor tan grande que nos hizo enmudecer de nuevo. Ella hundió su mirada en el aguamarina del Mar Egeo y tomó la fotografía para el catálogo de mi exposición.

Nos hablaste de Marianne, de vuestro encuentro   en  aquella   tienda de comestibles y la melodía no cesó de sonar en nuestros corazones.



Querido Leonard…huérfanos de ti…espéranos desde el inmenso escenario en el que ahora cantas.

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